Acababa de cumplir 35
años y aún no había conocido el amor. Sabía esperar, podía hacerlo, no
desesperaba porque sabía que en cualquier momento lo hallaría.
Cuando cumplió
los 40 seguía esperando. Y en los 50, y en los 60, y en los 70. Nada cambiaba.
Esperaba. A los 75 años ingresaba en una residencia aquejado de Alzheimer. En
su cara siempre una sonrisa. En su gesto, amabilidad y bondad. En su corazón, esperanza
sin recuerdo. En su cabeza, sólo confusión, todo lleno de nada. Un día, alguien
le regaló una flor. Una rosa blanca que el deshojaba como una margarita. Si,
no, si, no, si, no…
Recogía los pétalos y los guardaba en una pequeña caja de
cartón. A partir de ese día nunca faltó en su habitación una rosa, algunas
veces blancas, otras rojas, otras amarillas. Lo sepultaron bajo tierra, y sobre
ella, los pétalos esparcidos. En la
residencia alguien derramaba lágrimas.
Lástima que la realidad, supere la ficción...
ResponderEliminar¿Merece la pena llegar tarde o que te lleguen?
¡Me encanta!