Cuando
el niño besó su mano ya arrugada por los años se dio cuenta de lo mucho que
había olvidado de su vida. Fue un beso suave, cálido, sentido, que le hizo
estremecer durante unos segundos. Cuando se recompuso, fijó su mirada en los
ojos de aquel niño y, aunque brillantes por la aparición de unas lágrimas
furtivas, le parecieron unos ojos de mirar triste.
¿Por qué me has besado? –le preguntó-
No lo sé. –respondió el niño-
El hombre de manos arrugadas por los años no sabía dónde ir. Se sentó en el banco de aquél parque por no saber a qué lugar dirigirse; adónde debía llegar. Perdido y confuso. Con la ayuda de un bastón se incorporó y comenzó a andar: sin rumbo. El niño le siguió con la mirada hasta que su figura se desdibujó en la lejanía.
Nunca más volvieron a verse.
Precioso...
ResponderEliminarTe perdono todo.
Un privilegio contar con una sola lectora y a la vez tan generosa.
ResponderEliminarUn privilegio que tan grande escritor, escriba casi casi para mi...
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