miércoles, 28 de octubre de 2015

En el último flash nos vamos.



A través del acero caían gotas de sangre aún caliente. Sus manos empapadas y temblorosas dejaron caer el cuchillo. El sonido metálico pareció despertarle.

Pechos grandes, nacarados, de pezones rosáceos. Ojos con leve tonalidad de gris azulado, ligeramente almendrados. Boca perfecta, dientes blancos, perfectamente alineados; labios carnosos, sensuales, capaces de satisfacer nuestra mejor fantasía. Caderas anchas, glúteos prietos, piernas largas, interminables. Así era ella. ¿Él…? Un imbécil acomplejado con el que jamás debió convivir.

Sus ojos se clavaron en el cuchillo cubierto de un color rojo intenso. Ella permanecía desnuda. Con sus manos trataba de ocultar su rostro. El desconcierto rebotaba sobre la estancia. Él, abatido, rompió el silencio con un sollozo entrecortado, chillón y convulsivo, tan desesperante y grotesco que sonaba cómico. Sabía matar pero no llorar. Ella, tratando de comprender los hechos, el por qué de aquella reacción, por qué el hombre decidió entrar en su casa con la llave que aún poseía, coger el cuchillo de hoja más grande, irrumpir violentamente en su dormitorio y asestarle tres puñaladas a su propio hermano.

El inspector de policía mantenía un cigarrillo en la comisura de los labios sin encender; carraspeaba al tiempo que intentaba colocar sus cabellos de forma conveniente para esconder su ya avanzada calvicie. Ante él dos hombres tumbados en el suelo, uno desnudo, que parecía nadar sobre un charco de sangre, con tres hendiduras en el cuerpo, el otro, estaba vestido pero con un cuchillo clavado en el corazón, y lo más importante a la vista del inspector, una mujer semidesnuda de belleza imponente. El inspector miraba para todos lados, queriendo evitar ser descubierto en sus intenciones, porque de soslayo, sus ojos caían sobre los pechos y nalgas de aquella maravilla de mujer. No pudo evitar una leve erección. Tosió en dos o tres ocasiones, y con tono solemne y en voz alta, se dirigió al cabo, pensando que nunca se había encontrado un caso tan fácil de resolver:

- Está claro González, un hombre abandona a su mujer. Un día se entera que ella mantiene relaciones con su propio hermano. Le ciegan los celos, y puesto que aún posee llaves de la vivienda propiedad de ambos, decide entrar, acabar con la vida de su hermano, y después, comido por la culpa y el arrepentimiento decide quitarse la vida.

- ¿Has tomado nota González?

- Sí, señor inspector

- Pues nada, vámonos todos a comisaría para redactar el informe

- ¡Señora! Vístase y acompáñenos, por favor.

            Un fotógrafo lanzaba sus últimos flashes. La rutina de la investigación hacía concluido. El forense daba sus últimas órdenes. Nadie se percató del cuchillo que había sido desclavado del corazón del muerto, nadie advirtió que entre el color rojo se había mezclado una diminuta gota de líquido viscoso y blanquecino...

3 comentarios:

  1. No
    Noooo
    Nooooooo

    No me dejas otro remedio que odiarte.

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  2. Hay por ahí un antiguo bolero que decía:

    "ódiame por piedad yo te lo pido
    ódiame sin medida ni clemencia
    odio quiero mas que indiferencia por que
    el rencor quiere menos que el olvido"

    Gracias por estar.

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  3. Porque el rencor HIERE menos que el olvido.

    "Si tú me odias quedaré yo convencido
    De que me amaste, mujer, con insistencia.
    Pero ten presente, de acuerdo a la experiencia
    Que tan solo se odia lo querido..."

    Efectivamente, primero te quise, pero ahora... jajajaja.

    Un abrazo de odio extremo.

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