A través del acero caían gotas de sangre aún caliente.
Sus manos empapadas y temblorosas dejaron caer el cuchillo. El sonido metálico
pareció despertarle.
Pechos grandes, nacarados, de pezones rosáceos. Ojos
con leve tonalidad de gris azulado, ligeramente almendrados. Boca perfecta,
dientes blancos, perfectamente alineados; labios carnosos, sensuales, capaces
de satisfacer nuestra mejor fantasía. Caderas anchas, glúteos prietos, piernas
largas, interminables. Así era ella. ¿Él…? Un imbécil acomplejado con el que
jamás debió convivir.
Sus ojos se clavaron en el cuchillo cubierto de un
color rojo intenso. Ella permanecía desnuda. Con sus manos trataba de ocultar
su rostro. El desconcierto rebotaba sobre la estancia. Él, abatido, rompió el
silencio con un sollozo entrecortado, chillón y convulsivo, tan desesperante y
grotesco que sonaba cómico. Sabía matar pero no llorar. Ella, tratando de
comprender los hechos, el por qué de aquella reacción, por qué el hombre decidió
entrar en su casa con la llave que aún poseía, coger el cuchillo de hoja más
grande, irrumpir violentamente en su dormitorio y asestarle tres puñaladas a su
propio hermano.
El inspector de policía mantenía un cigarrillo en la
comisura de los labios sin encender; carraspeaba al tiempo que intentaba
colocar sus cabellos de forma conveniente para esconder su ya avanzada
calvicie. Ante él dos hombres tumbados en el suelo, uno desnudo, que parecía
nadar sobre un charco de sangre, con tres hendiduras en el cuerpo, el otro,
estaba vestido pero con un cuchillo clavado en el corazón, y lo más importante
a la vista del inspector, una mujer semidesnuda de belleza imponente. El
inspector miraba para todos lados, queriendo evitar ser descubierto en sus
intenciones, porque de soslayo, sus ojos caían sobre los pechos y nalgas de
aquella maravilla de mujer. No pudo evitar una leve erección. Tosió en dos o
tres ocasiones, y con tono solemne y en voz alta, se dirigió al cabo, pensando
que nunca se había encontrado un caso tan fácil de resolver:
- Está claro González, un hombre abandona a su mujer.
Un día se entera que ella mantiene relaciones con su propio hermano. Le ciegan
los celos, y puesto que aún posee llaves de la vivienda propiedad de ambos,
decide entrar, acabar con la vida de su hermano, y después, comido por la culpa
y el arrepentimiento decide quitarse la vida.
- ¿Has tomado nota González?
- Sí, señor inspector
- Pues nada, vámonos todos a comisaría para redactar
el informe
- ¡Señora! Vístase y acompáñenos, por favor.
Un fotógrafo lanzaba sus últimos
flashes. La rutina de la investigación hacía concluido. El forense daba sus
últimas órdenes. Nadie se percató del cuchillo que había sido desclavado del
corazón del muerto, nadie advirtió que entre el color rojo se había mezclado
una diminuta gota de líquido viscoso y blanquecino...
No
ResponderEliminarNoooo
Nooooooo
No me dejas otro remedio que odiarte.
Hay por ahí un antiguo bolero que decía:
ResponderEliminar"ódiame por piedad yo te lo pido
ódiame sin medida ni clemencia
odio quiero mas que indiferencia por que
el rencor quiere menos que el olvido"
Gracias por estar.
Porque el rencor HIERE menos que el olvido.
ResponderEliminar"Si tú me odias quedaré yo convencido
De que me amaste, mujer, con insistencia.
Pero ten presente, de acuerdo a la experiencia
Que tan solo se odia lo querido..."
Efectivamente, primero te quise, pero ahora... jajajaja.
Un abrazo de odio extremo.