Observo caer la lluvia sobre el cristal. Me gusta ver
esas gotas que se deslizan hacia una dirección desconocida. Me imagino ser gota
caída del cielo sin saber qué destino me aguarda. El vaho comienza a empañar el
cristal y me apresuro a dibujar cosas que ni yo mismo acierto a entender.
Garabateo, me paro, y con un giro de muñeca doy por acabado mi primer dibujo;
luego otro, y otro, hasta que el lienzo trasparente hace desaparecer cualquier
resto del empañamiento. Luego lloro…
Mi vida transcurre paralelamente a las gotas de
lluvia, una vida llena de incertidumbre y de miedo. Sé que por mucho que gota y
yo nos prolonguemos, jamás podremos encontrarnos. Y eso me asusta, me aterra,
me da pavor. Pero tengo que asumirlo, aceptarlo, comprenderlo…y esperar. Mi
corazón se resquebraja por momentos, siento su latir lento, inconstante,
perezoso. Poco a poco, día a día, voy comprendiendo que lo que me provoca este
terror no es la muerte en sí sino la escasa posibilidad que tengo de vivir mi
vida. Hoy cumplo años. Dieciséis. Aquí estoy, en mi habitación, en compañía de
mi dolor y mis libros, abriendo regalos y esperando que sea nuevamente la
lluvia la que acaricie el cristal con sus gotas de agua.
Entre regalo y regalo he descubierto uno que nadie
sabe de quién es ni cómo pudo llegar hasta aquí. Es una cajita pequeña, de
cartón, pintada con dibujos de colores maravillosos. Aún no la he abierto.
Tengo la extraña sensación de que su contenido me hará enormemente feliz. Y no
quiero. Me niego a percibir sentimientos de felicidad, no puedo hacerlo porque
sé que me hará daño, que será inútil. No sé si todo está escrito, decidido o
acordado, pero yo siento el olor de la muerte muy cerca; demasiado cerca. Debo
acostarme, la lluvia no llega y estoy cansado.
Abrí los ojos. Llovía intensamente. Me sentía
extrañamente bien, sin apenas fatiga en mi cuerpo y con ganas de reír. Con una
enorme sonrisa dibujada en mi rostro grité con fuerza el nombre de mi madre
para que acudiera a verme. Pero no me oía. Me incorporé dispuesto a garabatear
mi lienzo de cristal. Fue en ese momento cuando mis ojos se posaron sobre la
cajita de cartón pintada primorosamente. En esta ocasión no dudé un momento. La
cogí entre mis manos y fui deshaciendo un pequeño lazo color celeste. La abrí,
y de pronto, una preciosa mariposa emergió del fondo. No había nada más en su
interior. La mariposa comenzó a revolotear alegremente por la habitación.
Extendí el brazo y ella se posó en mi mano, cerré el puño a excepción de mi
dedo índice. Allí se posó. Instintivamente, llevé la mariposa a mis labios,
cerré los ojos y la besé. Ella alzó el vuelo y se dirigió hacia el empañado
cristal. No daba crédito a lo que mis ojos veían. Me sentía desvanecer y me recosté
en la cama, desde allí, entre ilusionado y asombrado, pude ver como la mariposa
había dibujado un precioso corazón de color rojo. También vi y oí algo pero
posiblemente ni lo viera ni lo oyera. La mariposa, con la ayuda de sus antenas,
fue recortando aquel corazón dibujado sobre el lienzo de cristal y lo colocó
sobre el mío. No recuerdo nada más porque caí en el más profundo de los sueños…
…aquí estoy, intentando que mi hijo concilie el sueño.
No tengo preguntas porque jamás encontraré respuestas sobre qué fue lo que
sucedió aquel día. Tengo 38 años y aún conservo la extraña cajita de cartón
pintada con colores maravillosos. Y sí; soy feliz.