martes, 3 de noviembre de 2015

En la biblioteca…


Nunca pensó que fuese tan difícil quitarse la vida. Había planeado concienzudamente todas las formas posibles, pero al final, por unas cosas u otras, siempre desistía. Paradójicamente, vivir, que ya le costaba dolor, angustia y desasosiego, le estaba resultando más soportable y fácil que quitarse la vida. La elaboración y desarrollo de esa muerte buscada estaba siendo infructuosa. Un día, harto ya de contradicciones y cobardías, decidió centrarse definitivamente en el asunto. Buscó un lugar tranquilo, un lugar donde poder oír qué pensaba o qué decía su interior más profundo. Decidió que ese lugar podía ser una biblioteca. Curiosa elección. Se sentó tranquilamente sobre una mesa. Cogió lápiz y papel y comenzó a escribir las distintas formas y maneras de suicidarse.

Llenar la bañera de agua y dejar caer un electrodoméstico conectado a la red eléctrica le parecía demasiado patético. Ahorcarse o pegarse un tiro en la sien lo descartó, no por violento, sino porque no sabía hacer lazos corredizos ni tampoco sabía dónde encontrar una pistola. Inyectarse aire en las venas siempre estuvo descartado por el miedo que tenía a las agujas. Jamás pensó en tirarse por un puente o saltar desde un edificio por el daño colateral que podía causar si su cuerpo impactaba contra algún inocente.  Siempre se inclinó por el envenenamiento medicinal, con medicamentos de marca, era así de elitista, buscaba una muerte dulce y plácida, y un cóctel de pastillas sabiamente elegidas quizás pudiera darle a su muerte un toque kitsch y peliculero. Hizo un ligero balance de qué medicinas tenía en su botiquín doméstico y aparte de paracetamol, ibuprofeno, algún jarabe para la tos, pastillas para la garganta y algún bote de crema para las hemorroides, no recordaba tener nada más. Bueno, -pensó- ya que estoy en una biblioteca, buscaré un libro que me informe sobre el tema del suicidio por cóctel medicinal. ¿Y cómo le pido a la chica dónde puedo encontrar un libro de esas características? ¡Joder! –Exclamó- sin darse cuenta que lo hacía en voz alta.

¡Pssssss! ¡Por favor, silencio! –dijo la chica desde el mostrador mirándole fijamente-

Guardó el lápiz y el papel. Se levantó, y acudió a disculparse. Era un hombre educado.

- Lo siento señorita, no estaba en mi intención molestar a nadie.
- No se preocupe, tampoco ha sido para tanto.
- Entonces ¿Por qué me mandó callar de forma tan seca y tajante?
- Porque es mi obligación señor.
- No me diga señor, por favor, tutéame.
- Me llamo Carlos. ¿Y tú?
- María, pero no pretenderás ligar conmigo así, de esta manera, a las primeras de cambio, no?
- No. Te lo aseguro, pero ¿y si realmente quisiera hacerlo? –añadió, acompañando sus palabras con una bella sonrisa-
- Pues nada, no diría nada salvo que salgo dentro de dos horas. Podíamos quedar para cenar y después tomar una copa en algún lugar donde pongan buena música.
- Perfecto. ¿Te recojo a las 20:30 hs? –dijo Carlos-
- De acuerdo. –confirmó María-

Cuando salió de la biblioteca lo primero que hizo fue buscar una papelera para tirar a la basura el papel con todas las anotaciones sobre formas de suicidio. Tiró también el lápiz; por si acaso. Aquel encuentro había alejado la idea de quitarse la vida. Creía ser feliz. Tenía dos horas por delante, y como vivía cerca de allí, pensó en ir a casa, arreglarse un poquito, una duchita rápida y perfumarse para la ocasión.

Canturreaba. Hacía mucho tiempo que no lo hacía. Los chorros de agua caían sobre su cuerpo en forma de cascada. Se enjabonó completamente con su gel preferido, el de las grandes ocasiones, uno con suave fragancia de canela y azahar. Calzoncillos de Calvin Klein, un vaquero desgastado para restar formalidad pero conjuntado con su mejor camisa, una de color azul mar. Remataría su atuendo con el elegante estilo de su americana de paño negro con coderas de cuero.

Las 20:30 hs. Con puntualidad. En la puerta de la biblioteca. Esperaba…

A las 20:45 se apagaron las últimas luces del edificio. La última persona en salir cerraba la puerta. Era una mujer de unos 60 años, con gafas pegadas a la punta de la nariz y sujetas al cuello a través de un cordón dorado.

- ¡Perdone! –dijo él- ¿Y María? No la he visto salir –añadió-
- ¿No eres Carlos? –dijo la señora-
- Si. ¿Me conoce?
- Claro, hemos estado hablando hace un par de horas.
- ¿Yo he hablado con usted? Perdone, creo que no, he hablado con María, una joven de unos 30 años, me atendió en el mostrador. Había quedado con ella a las 20:30 hs.
- Eres un chico muy simpático Carlos. Has hablado conmigo, te recuerdo bien, yo me llamo María, y ya quisiera para mí esos 30 años. –dijo entre risas-
- No le entiendo señora, le aseguro que no era usted la persona con la que he hablado, aunque también se llame María. Empiezo a estar muy confuso. Pero fue ella, la María a la que me refiero, la que sugirió salir a cenar y después tomar una copa en algún lugar donde pongan buena música, esas fueron sus palabras textuales. –intentaba explicar Carlos-
- Carlos, has hablado conmigo y no precisamente de cenas ni de copas, ya quisiera yo que alguien tan joven como tú invitara a una mujer tan mayor como yo. Hemos hablado sobre cómo debes elaborar el cóctel para que mueras de forma fulminante y sin el más mínimo dolor.

Salió corriendo de allí, espantado y terriblemente impresionado. No paró de correr hasta llegar a casa. Llegó exhausto, aún así, los peldaños de las escaleras los subió de dos en dos. Sacó la llave del bolsillo. Y abrió la puerta…

...todo parecía en orden.

A la mañana siguiente, cuando Carlos despertó, metió en una bolsa hasta la última tirita del botiquín. Estaba despierto, bien despierto, y su obsesión por quitarse la vida había desaparecido definitivamente. También el dolor, y la angustia, y el desasosiego… ahora su única idea era localizar a María, su María, esa chica de 30 años que apareció tras el mostrador de una biblioteca. Seguro que la encontraría; y aunque no existiera, la inventaría.

5 comentarios:

  1. Me encanta!

    ¡¡¡ M-E E-N-C-A-N-T-A !!!


    Es lo más bonito que he leido desde hace dos años.
    Ya no te odio.

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  2. Me estoy volviendo blandengue, con lo que me gusta a mi que mis protas mueran o lo pasen fatal. jajaja

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  3. Me gustas más blandengue que trágico...
    ESte relato es de lo más bonito que te he leído ¿blando? pues ¡ole!

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  4. ¿Sabes qué pasa? que cuando me pongo a escribir lo hago sin un final preconcebido, es decir, que tengo claro la idea, pero dependiendo de como vayan surgiendo las situaciones y comportando los protagonistas así tiro para un lado o para otro, imagino que el estado de ánimo influirá. Debo ser una persona impresionable, porque a veces, hasta yo mismo me sorprendo del devenir de la historia.

    En fin... que gracias por estar, tanto en lo trágico como en lo blandengue.

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  5. Estaré hasta que decidas mantenerme a palo seco... ¡qué te conozco! y éste arranque de creatividad, dura-rá lo que dura-rá...

    ¡Me encanta esa técnica de sentarte a escribir y que los personajes jueguen contigo! ¡yo no se escribir de otra manera! Creo que los personajes de ficción son los únicos que -me mandan-

    Si a ti te impresiona lo que escribes... ¡vas bien!

    Un abrazo.

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