Nunca
pensó que fuese tan difícil quitarse la vida. Había planeado concienzudamente
todas las formas posibles, pero al final, por unas cosas u otras, siempre
desistía. Paradójicamente, vivir, que ya le costaba dolor, angustia y
desasosiego, le estaba resultando más soportable y fácil que quitarse la vida.
La elaboración y desarrollo de esa muerte buscada estaba siendo infructuosa. Un
día, harto ya de contradicciones y cobardías, decidió centrarse definitivamente
en el asunto. Buscó un lugar tranquilo, un lugar donde poder oír qué pensaba o
qué decía su interior más profundo. Decidió que ese lugar podía ser una
biblioteca. Curiosa elección. Se sentó tranquilamente sobre una mesa. Cogió lápiz
y papel y comenzó a escribir las distintas formas y maneras de suicidarse.
Llenar
la bañera de agua y dejar caer un electrodoméstico conectado a la red eléctrica
le parecía demasiado patético. Ahorcarse o pegarse un tiro en la sien lo
descartó, no por violento, sino porque no sabía hacer lazos corredizos ni
tampoco sabía dónde encontrar una pistola. Inyectarse aire en las venas siempre
estuvo descartado por el miedo que tenía a las agujas. Jamás pensó en tirarse
por un puente o saltar desde un edificio por el daño colateral que podía causar
si su cuerpo impactaba contra algún inocente.
Siempre se inclinó por el envenenamiento medicinal, con medicamentos de
marca, era así de elitista, buscaba una muerte dulce y plácida, y un cóctel de
pastillas sabiamente elegidas quizás pudiera darle a su muerte un toque kitsch
y peliculero. Hizo un ligero balance de qué medicinas tenía en su botiquín
doméstico y aparte de paracetamol, ibuprofeno, algún jarabe para la tos, pastillas
para la garganta y algún bote de crema para las hemorroides, no recordaba tener
nada más. Bueno, -pensó- ya que estoy en una biblioteca, buscaré un libro que
me informe sobre el tema del suicidio por cóctel medicinal. ¿Y cómo le pido a
la chica dónde puedo encontrar un libro de esas características? ¡Joder!
–Exclamó- sin darse cuenta que lo hacía en voz alta.
¡Pssssss!
¡Por favor, silencio! –dijo la chica desde el mostrador mirándole fijamente-
Guardó
el lápiz y el papel. Se levantó, y acudió a disculparse. Era un hombre educado.
-
Lo siento señorita, no estaba en mi intención molestar a nadie.
-
No se preocupe, tampoco ha sido para tanto.
-
Entonces ¿Por qué me mandó callar de forma tan seca y tajante?
-
Porque es mi obligación señor.
-
No me diga señor, por favor, tutéame.
-
Me llamo Carlos. ¿Y tú?
-
María, pero no pretenderás ligar conmigo así, de esta manera, a las primeras de
cambio, no?
-
No. Te lo aseguro, pero ¿y si realmente quisiera hacerlo? –añadió, acompañando
sus palabras con una bella sonrisa-
-
Pues nada, no diría nada salvo que salgo dentro de dos horas. Podíamos quedar
para cenar y después tomar una copa en algún lugar donde pongan buena música.
-
Perfecto. ¿Te recojo a las 20:30 hs? –dijo Carlos-
-
De acuerdo. –confirmó María-
Cuando
salió de la biblioteca lo primero que hizo fue buscar una papelera para tirar a
la basura el papel con todas las anotaciones sobre formas de suicidio. Tiró
también el lápiz; por si acaso. Aquel encuentro había alejado la idea de
quitarse la vida. Creía ser feliz. Tenía dos horas por delante, y como vivía cerca
de allí, pensó en ir a casa, arreglarse un poquito, una duchita rápida y
perfumarse para la ocasión.
Canturreaba.
Hacía mucho tiempo que no lo hacía. Los chorros de agua caían sobre su cuerpo
en forma de cascada. Se enjabonó completamente con su gel preferido, el de las
grandes ocasiones, uno con suave fragancia de canela y azahar. Calzoncillos de
Calvin Klein, un vaquero desgastado para restar formalidad pero conjuntado con
su mejor camisa, una de color azul mar. Remataría su atuendo con el elegante
estilo de su americana de paño negro con coderas de cuero.
Las
20:30 hs. Con puntualidad. En la puerta de la biblioteca. Esperaba…
A
las 20:45 se apagaron las últimas luces del edificio. La última persona en
salir cerraba la puerta. Era una mujer de unos 60 años, con gafas pegadas a la
punta de la nariz y sujetas al cuello a través de un cordón dorado.
-
¡Perdone! –dijo él- ¿Y María? No la he visto salir –añadió-
-
¿No eres Carlos? –dijo la señora-
-
Si. ¿Me conoce?
-
Claro, hemos estado hablando hace un par de horas.
-
¿Yo he hablado con usted? Perdone, creo que no, he hablado con María, una joven
de unos 30 años, me atendió en el mostrador. Había quedado con ella a las 20:30
hs.
-
Eres un chico muy simpático Carlos. Has hablado conmigo, te recuerdo bien, yo me
llamo María, y ya quisiera para mí esos 30 años. –dijo entre risas-
-
No le entiendo señora, le aseguro que no era usted la persona con la que he
hablado, aunque también se llame María. Empiezo a estar muy confuso. Pero fue
ella, la María a la que me refiero, la que sugirió salir a cenar y después
tomar una copa en algún lugar donde pongan buena música, esas fueron sus
palabras textuales. –intentaba explicar Carlos-
-
Carlos, has hablado conmigo y no precisamente de cenas ni de copas, ya quisiera
yo que alguien tan joven como tú invitara a una mujer tan mayor como yo. Hemos
hablado sobre cómo debes elaborar el cóctel para que mueras de forma fulminante
y sin el más mínimo dolor.
Salió
corriendo de allí, espantado y terriblemente impresionado. No paró de correr
hasta llegar a casa. Llegó exhausto, aún así, los peldaños de las escaleras los
subió de dos en dos. Sacó la llave del bolsillo. Y abrió la puerta…
...todo
parecía en orden.
A
la mañana siguiente, cuando Carlos despertó, metió en una bolsa hasta la última
tirita del botiquín. Estaba despierto, bien despierto, y su obsesión por
quitarse la vida había desaparecido definitivamente. También el dolor, y la
angustia, y el desasosiego… ahora su única idea era localizar a María, su
María, esa chica de 30 años que apareció tras el mostrador de una biblioteca.
Seguro que la encontraría; y aunque no existiera, la inventaría.
Me encanta!
ResponderEliminar¡¡¡ M-E E-N-C-A-N-T-A !!!
Es lo más bonito que he leido desde hace dos años.
Ya no te odio.
Me estoy volviendo blandengue, con lo que me gusta a mi que mis protas mueran o lo pasen fatal. jajaja
ResponderEliminarMe gustas más blandengue que trágico...
ResponderEliminarESte relato es de lo más bonito que te he leído ¿blando? pues ¡ole!
¿Sabes qué pasa? que cuando me pongo a escribir lo hago sin un final preconcebido, es decir, que tengo claro la idea, pero dependiendo de como vayan surgiendo las situaciones y comportando los protagonistas así tiro para un lado o para otro, imagino que el estado de ánimo influirá. Debo ser una persona impresionable, porque a veces, hasta yo mismo me sorprendo del devenir de la historia.
ResponderEliminarEn fin... que gracias por estar, tanto en lo trágico como en lo blandengue.
Estaré hasta que decidas mantenerme a palo seco... ¡qué te conozco! y éste arranque de creatividad, dura-rá lo que dura-rá...
ResponderEliminar¡Me encanta esa técnica de sentarte a escribir y que los personajes jueguen contigo! ¡yo no se escribir de otra manera! Creo que los personajes de ficción son los únicos que -me mandan-
Si a ti te impresiona lo que escribes... ¡vas bien!
Un abrazo.