Te veo partir amor. Quieres irte, necesitas irte, pero no dejaré que eso ocurra. Te retendré. Sientes dolor, lo sé. Duele la ignominia. Duele el desconsuelo y el desamparo. Duele el corazón herido. A través de tus ojos morados veo llorar la pena. Labios hinchados, sangrantes, doloridos, incapaces de pronunciar mi nombre; solo saben gritar ¡Por favor; basta ya!
Pero no, aún no es suficiente. No puede ser suficiente. Debes sufrir, tienes que seguir sintiendo el sabor de tu propia sangre en tu boca, su olor y el dolor interior que provoca. Mi puño se estrella con fuerza sañosa sobre tu estómago. Te retuerces de dolor. En el suelo eres más vulnerable. La punta de mi bota golpea tu cabeza. Suena un ¡crac!. ¿Todo acabó? No. Tu aturdimiento me encoleriza. Busco el cuchillo perdido en la batalla. No quiero castigarte, quiero acabar definitivamente contigo. Resiste hasta hundir en tus entrañas el frío acero –te susurro al oído- ; quiero ver como tus ojos me miran al exhalar tu último aliento.
Alicia supo que aquello no había sido un sueño cuando comprobó el dolor punzante en sus manos, la sangre en sus ropas y el cuerpo inerte de su marido entre un charco de sangre. Al mirarlo, vio sobre su mano derecha la pulsera negra de alejamiento; y sonrió…
In memoriam.
Sin aliento...me dejas sin aliento. Como siempre.
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